“Previno
para el siguiente día lunes oficio funeral por el difunto rey en la iglesia
catedral, y que todos los sacerdotes en parroquias y conventos ofreciesen
sacrificios por el descanso de su alma. Todo se cumplió con la solemnidad que
permitió la estrechura del tiempo”.
La
ciudad se juntó en el atrio de las iglesias de San Miguel, lugar entonces de su
ayuntamiento y ordenó que “el doctor Sancho García del Espinar, su letrado con
cuatro regidores, Rodrigo de Peñalosa, Juan de Contreras, Juan de Samaniego y
Luis Mexía, de parte de la Ciudad, significasen a su Alteza el sentimiento de
la muerte de su hermano y el contento de sucesión tan feliz para nuestra ciudad
que estaba pronta y dispuesta para cuanto su Alteza ordenase”.
Isabel
contaba entonces con 23 años. Debajo del palio la recibieron en el atrio de la
iglesia de San Miguel los regidores Rodrigo de Peñalosa, Juan de Samaniego,
Luis Mexía, Pedro Arias, Juan de Contreras, Fernando de Avendaño, Gonzalo del
Río, Francisco de Porras, Gonzalo López de Cuéllar, Pedro Hernández de Rosales
y Juan del Río (…). Dejó la reina el palafrén y subiendo con majestad al teatro
ocupó una silla que sobre tres gradas se levantaba en medio. Al lado derecho
asistía en pie don Gutiérrez de Cárdenas con el estoque.
Y
a poco rato, habiendo los reyes de armas prevenido silencio, un faraute dijo en
voz alta: “Castilla, Castilla, por el rey don Fernando y la reina doña Isabel”
Y levantando el estandarte real, sonaron los instrumentos, aplaudiendo nuestro
pueblo ya alegrándose nuestra ciudad”.
Finalizada la proclamación la reina oró en el altar mayor de la antigua
catedral donde se cantó el himno Te Deum laudamus.