CAPILLA DE CATALINA DE TAPIA



La capilla de Catalina Tapia fue del patronazgo de Antonio Tapia. La reja que cierra la capilla es de madera y es un excelente exponente renacentista de la ciudad. Los fundadores de la capilla pueden estar presentados en unos medallones:  A la derecha Catalina y a la izquierda su marido Antonio Tapia. En el centro el escudo familiar sostenido por ángeles tenantes. 

En la visita pastoral de 6 de agosto de 1610 ya se menciona esta capilla con su altar. Teresa Tapia deja una obra pía de 10.000 maravedís al año a razón de dotación y ornamentos de dos capellanes. La capilla se denominaba de Santa Catalina y deja por patrón a don López de Paz y Tapia.


RETABLO DEDICADO A MARÍA MAGDALENA

En esta capilla se encuentra un pequeño retablo dedicado a María Magdalena del siglo XVII. La personalidad de la santa que se venera bajo este nombre se ha construido a partir de varias citas evangélicas poco precisas.  En la parte superior del retablo un interesante lienzo que aúna la iconografía de la batalla de San Miguel, las benditas ánimas del purgatorio y María Magdalena. Es el momento en el que las Ánimas del Purgatorio se someten al Juicio individual. Este retablo se doró en 1729 gracias a la  generosidad de Francisco de Andrés de Diego. Esta imagen, posiblemente del siglo XVI es la titular de la cofradía más antigua de la parroquia de San Miguel, la cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio que tiene por patrona a María Magdalena.


RETABLO DE SAN ILDEFONSO


Esta capilla también tiene un bellísimo retablo concebido a modo de tríptico bajo la advocación de San Ildefonso. En la calle central y enmarado en un retablo de eco clasicista de finales del siglo XVII y donde se encuentra el tema iconográfico de la imposición de la Casulla por parte de la Virgen María.  En la parte del ático la imagen de Dios Padre en actitud de bendecir como creador de todo el Universo. De una gran belleza son las pinturas que hay en la predela de este retablo donde se pueden ver: La Anunciación, La Visitación de María a su prima Santa Isabel y la Adoración al Niño.

En la parte superior de la pintura puede leerse:


 “Doña María Teresa Márquez de Prado, viuda de don Fernando Nieto de Trejo Sandoval y Pacheco, caballero de la Orden de Alcántara, Marqués de Caracena señor de las Villas de Caracenilla, Saedón, Villa y Malpesa, Regidor Perpetuo de la ciudad de Cuenca, falleció en 20 de junio de 1711. Patronos de esta capilla, erigió a sus expensas este altar del Sr. San Ildefonso y fundó y dotó cuatro misas cantadas. Año de 1712”.

En el año 1720 se compone el frontal del altar del altar de San Ildefonso y sentarle de nuevo, lo que llevó cinco días de trabajo a Fernando Tejero y cobró 32 reales.

En la visita pastoral llevada a cabo en 1760 se nos dice que este altar de San Ildefonso se denominaba San Babiles y que parecía ser propio de la iglesia. Sin embargo, en el retablo se dice serlo de los señores Marqueses de Caracena como se ha podido describir.


RETABLO DE LA VIRGEN DEL CONFALÓN


Esta capilla tiene el retablo de la Virgen del Confalón titular de una de las cofradías más antiguas de la ciudad de Segovia. Esta cofradía se fundó el 1 de enero del año de 1572 y radicaba en el desaparecido convento de La Merced, de la ciudad de Segovia. En su origen la fundación se llevó a cabo en el convento dominico de Santo Domingo pues según nos dice Diego de Colmenares:

 

 “Este año se fundó en nuestra ciudad en el convento de Santa Cruz la cofradía de las Angustias de disciplina el viernes santo en la noche. Y porque enfermaban y aún morían muchos por la distancia y mal camino, se trasladó al convento de la Merced”.

 

La advocación real de esta cofradía era “del nombre de Dios e de nuestra Señora de las Angustias que son dos apellidos y juntamente se fundaron en el monasterio de La Merced intramuros de esta ciudad de Segovia”. Las celebraciones que llevaban a cabo daban respuesta a esta doble devoción. De un lado se celebraría la festividad del Año Nuevo y por otro se “dice de las Angustias de Nuestra Señora para honra y reverencia del qual prometemos de hace procesión de disciplina el viernes santo de cada un año y celebrar la fiesta de nuestra señora de la encarnación que cae a 25 de marzo”. Entre el articulado que regula la convivencia devocional en el seno de la cofradía se destaca la constitución número V:

 

“Ordenamos que el viernes sancto de cada un año por la tarde nos juntemos todos en el dicho monasterio de la merced a la hora que el mullidor…”

 

Esta cofradía contaba con dos tipos de hermanos. Por un lado, aquellos que vestían túnicas negras y acompañaban a la imagen con hachas de luz o blandones de cero, que pagaban por su entrada 2 ducados y aquellos otros que vestían con túnica s blancas “con sus capillos, abiertas las espaldas y con sus ramales para nos disciplinar”. Éstos pagaban por su entrada 12 reales. Tanto los hermanos de luz como los disciplinantes tenían que presentarse en el convento de La Merced a la hora convocada con la cédula de estar confesados para hacer entrega de las mismas al escribano y demás personas elegidas al efecto. Todos juntos escuchaban el sermón y una vez finalizado comenzaba la procesión por la nave de la iglesia para salir posteriormente por las diferentes calles de la ciudad, los de disciplina, disciplinándose, y los de luz, alumbrado. Todos en absoluto silencio “con la devoción posible y en estos reçando por nuestros padres y abuelos e por los que están en penas de purgatorio y pecado mortal poniendo por intercesora a Ntra. Sra la Virgen Sancta María que por las siete angustias suyas a cuya advocación se hace esta procesión sea rogadora a nuestro Señor Jesucristo de las sacar de penas de purgatorio y pecado mortal e llevarnos a todos a carrera de Salvación”. Si algún disciplinante iba excesivamente llagado, cualquier juez u oficial de la misma podía ser sacado de la procesión y si alguno fuese hallado en la taberna durante la procesión cualquier será obligado a descubrirse y retirarse el capillo para ser reconocido y expulsado de la procesión. A las mujeres, que sí se las permitía  ser cofrades, se las tenía prohibido disciplinares e ir alumbrando “porque no es cosa decente que vayan mujeres disciplinándose ni alumbrando”. 


Si alguna tenía especial devoción tenía que dar la cera a cualquier hombre para que alumbrase por ella. Del mismo modo no podían salir en procesión personas enfermas, cojos o mancos, pero sí lo podían hacer otros por ellos, aunque no fueran cofrades. La procesión salía de la iglesia del convento de La Merced. Abrían la procesión los niños de la doctrina alumbrando con cera y recorrían diferentes calles de la ciudad. Entre las obras de caridad que desempeñaba esta cofradía hay que destacar la construcción de un hospital para recoger a los pobres por la noche cuando se hallasen en la calle sin hogar, acompañar a otras cofradías y acompañar en los entierros, sacar de la cárcel a algún cofrade pobre y darlo de comer. Los hermanos cofrades también se encargaban de regular y garantizar un buen velatorio y entierro de sus cofrades, así como el cuidado de los viudos y viudas.